
Semana complicada
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LA última semana ha sido complicada. Entre otras cosas porque, al calor de las tensiones desatadas alrededor de las viñetas danesas sobre la figura de Mahoma, la mayoría de los que han tomado la palabra en los medios de comunicación europeos lo han hecho para situarse en complicados equilibrios entre la defensa de la libertad de expresión y el respeto necesario a las creencias religiosas ajenas. Pero la libertad de expresión no es sólo la libertad de decir lo primero que se nos ocurra: es, sobre todo, la libertad de pensamiento. Es decir, la posibilidad de que nuestras palabras reflejen lo que nuestra conciencia opine (razonablemente) del mundo y de las cosas. La libertad de pensamiento empezará a pudrirse cuando hablemos con miedo, cuando nuestras palabras sean mal comprendidas o lleguen mutiladas.
Habría que recordar el sacrificio personal que muchos de nuestros antepasados tuvieron que afrontar (desde Santa Teresa de Jesús a Galileo, desde Blas de Otero a Santo Tomás Moro) para que ahora podamos expresar públicamente lo que pensamos sin demasiados temores a las posibles represalias de unos o de otros. Ya sé que la realidad nunca será perfecta y que las libertades cívicas en los países de Occidente no son como debieran ser. Pero no cabe duda de que la libertad de prensa es una de las conquistas más valiosas de la especie humana, una conquista que habrá que seguir desarrollando, matizando, ampliando. Y aunque no en todos los países del planeta se pueda disfrutar de ella como lo hacemos nosotros (españoles o europeos), tendríamos que ser capaces de hacerla compatible con el respeto a las creencias de otros pueblos o de otras culturas, que, a su vez, tendrían que esforzarse en comprender que los gobiernos europeos no son responsables de lo que se publica en los periódicos de sus propios países. Los gobiernos europeos protegen (mejor o peor, según los casos) la libertad de prensa y el pluralismo ideológico. Pero las opiniones siempre son individuales. Por eso es estremecedor y paradójico contemplar esas fotos de algunos palestinos quemando la bandera de Dinamarca. Los españoles ya hemos visto (en el País Vasco, por ejemplo) demasiadas banderas quemadas con saña y sabemos que así no se va a ningún sitio: el miedo o la sangre no son buenos consejeros.
Por todo ello esta semana ha sido complicada. Han vuelto a aparecer las culpas colectivas y, con ellas, la crispación y el afán de venganza: todos los musulmanes son violentos, todos los europeos se mofan de Mahoma, todos merecen (o merecemos) un castigo. Eso es mentira. Y, además, hace daño, nos aleja, nos incomunica.
Qué difícil es convivir en paz y aceptarnos los unos a los otros. Sobre todo ahora que este planeta se ha vuelto tan pequeño y que sabemos que no hay otro tan habitable como éste en el que giramos alrededor de los mismos asuntos y que dentro de unos cuantos millones de años dejará (lamentablemente) de existir. Busquemos, mientras tanto, lugares de encuentro donde la ira y la falta de respeto no tengan cabida.
José Carlos Rosales en Granada Hoy, el 05.02.2006
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