
NADA puede consolar a la familia de Isaías Carrasco, asesinado ayer vilmente por ETA en Mondragón por haber sido concejal del Ayuntamiento de su pueblo por el PSE. Su muerte eleva a 41 el número de políticos populares o socialistas asesinados por la banda terrorista. Nada, tampoco, debería consolarnos a nosotros en estos trágicos momentos en los que además de una nueva víctima vemos como se acerca otra vez, sin piedad, el fantasma de la tragedia en vísperas electorales. España va a volver a votar tras un fuerte impacto emocional y después de un funeral por una víctima del terrorismo.
Ese parece ser el sino de la anomalía española: acudir a las urnas a las pocas horas de un atentado. Nada nos aleja más de Europa que esa despreciable vileza de los terroristas que busca enfangar la vida pública, sembrar odio y destrucción, destrozar familias y, finalmente, humillarnos a todos. Todo eso al tiempo que las acciones policiales han debilitado de una manera importante a ETA, impidiendo hasta tres atentados en los últimos meses. Por ello, los terroristas han actuado contra un objetivo fácil como era Isaías, que carecía de escolta. No son momentos cómodos, pero es exigible que nuestros representantes nos eviten el espectáculo de la división y el enfrentamiento partidista.
En las primeras horas, los dos aspirantes a la presidencia del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, han estado a la altura que se espera de ellos y en el Congreso hubo una declaración conjunta de partidos, sindicatos y patronal. Los asesinos serán sin duda detenidos, como dijo el presidente del Gobierno, pero la democracia española sigue estando en deuda con las más de 800 víctimas de esta banda de asesinos.
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