La escalofriante devastación de los pueblos chiítas del sur
Tomás Alcoverro 28/08/2006 - (LA VANGUARDIA)
Hasta donde abarca mi vista, hasta las últimas colonias de Beint Jbeil, todo es devastación. En las acribilladas fachadas de las casas, aun en pie, quedó escrita la ferocidad de estos bombardeos, el encarnizamiento de los combates callejeros entre soldados israelíes y milicianos del Hezbollah, en la mas cruenta batalla de la guerra. Beint Jbeil, que en árabe quiere decir "la hija de la pequeña montaña", era una localidad chií de sesenta mil almas, a dos pasos de la frontera. Calles céntricas, o plazas, pobres callejones profundos entre las colinas, barrios residenciales de ostentosas villas de piedra blanca, construidas por los que emigraron e hicieron fortuna en África, jardines y huertas, todo fue destruido. "Como los soldados no pudieron conquistar la ciudad -cuenta Majid Bazzi, ante el local destrozado de su perfumería- su jefe les ordenó que se la trajesen machacada en bandeja. Hasta los árboles callejeros fueron destruidos con sana. La ciudad aún huele a putrefactos cadáveres bajo los escombros".De la tienda de Majid, "Fragancias de París", emanan olores de docenas de frascos triturados de colonia. En descampados y colinas circundantes, quedan muchas bombas sin explotar. Majid y sus vecinos regresaron a Beint Jbeil, que habían abandonado en los primeros días de los bombardeos, para estar al tanto de como cobrar las indemnizaciones prometidas por el Hezbollah por la destrucción de sus viviendas. Beirnt Jbeil, Kiam, otro pueblo chií, fueron los más destruidos del sur. En todas las guerras del Líbano nunca había sido testigo de una destrucción tan extensa y descomunal, ni en Damur, ni en Suk el Garb, ni en el campo de refugiados palestinos de Tell Zatar.Hay que ascender, atravesar la larga devastación de Khiam, de la que no se salvaron ni mezquitas ni parte de una iglesia griego ortodoxa, para llegar a su prisión, a la sórdida prisión de los años de la ocupación israelí, que remata su desmochado caserío. En lo que había sido aquella cárcel en la que fueron encerrados y torturados miles de libaneses, el Hezbollah se encargó de convertir este lugar en un símbolo histórico del horror del tiempo de la ocupación. Habían guardado una horrenda caja metálica que aporreaban los carceleros cuando habían sido introducidos los aterrorizados condenados.Me quedé de piedra al contemplar que todas las pequeñas celdas, la tienda de objetos de recuerdos, los pabellones del recinto, que el año pasado había visitado acompañado por un guía del Hezbollah, han sido arrasadas por los bombardeos. "Los israelíes han querido destruir -me dijo el hombre que, enseguida, me reconoció saliendo de entre las ruinas- el recuerdo vivo de la memoria". En medio del silencio oía los ruidos metálicos de las aspas mutiladas de los grandes ventiladores del vestíbulo. Desde el mirador de Khiam volví a contemplar las siluetas de las vecinas montañas de las "granjas de Chebaa". El sur del Líbano es, sin exagerar, como un pañuelo.Dejando atrás Marjayun, cuya guarnición del espacioso cuartel ha pasado de trescientos cincuenta soldados a casi dos mil desde el despliegue del ejército libanés, emprendí camino por la carretera pegada a la frontera israelí con su cerca metálica, su alambrada, su elevado muro con proyectores de luz y torres de invisibles vigías, detrás de las que se extienden tierras de campos bien cultivados, casitas pareadas de colonias de poblamiento judío, o kibutzs. Muy cerca de la famosa puerta de Fátima, acceso fronterizo cerrado a cal y canto, vi por vez primera una patrulla militar libanesa. No han desaparecido completamente, sin embargo, los motoristas, los agentes de Hezbollah, que montados sobre poderosas Hondas o Yamaha con las que salvan torrentes, ascienden vaguadas, observan con discreción. Desde Cfar Kila hasta Nakura, en la orilla del mar, siempre a lo largo de la linea divisoria, por esta carretera muy destrozada porque fue la ruta de los invasores tanques israelíes, ya no hay más controles del ejército. Es territorio de los destacamentos de observacion de las fuerzas internacionales de la FINUL que deben ser ampliadas y reforzadas con los esperados nuevos contingentes. Hay pueblos cristianos, como Ain Ebel, con las casas intactas, y pueblos destruidos de población chii. Hezbollah ha plantado en esta geografía, cruelmente devastada, grandes carteles con inscripciones como "Es la victoria de la sangre", o "El hermoso Líbano ha derrotado a los criminales". Los retratos del jeque Nasrallah, sus amarillas banderas ondean al viento en las orillas de esta vacía y angosta carretera de los expuestos confines del Líbano. Los habitantes del sur, de gran mayoría chií, viven a la expectativa del desembarco de los refuerzos de la FINUL, en el pequeño muelle de Naqura. En los mortecinos chiringuitos y tiendecitas construidas, hace décadas, ante las puertas y largas tapias de su cuartel general, los vendedores esperan su llegada como si fuese la de un bíblico maná.
lunes, agosto 28, 2006
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