
Á. CORCUERA - Los Cristianos
EL PAÍS - España - 22-08-2006
El puerto de Los Cristianos acoge extranjeros de primera y de segunda. En la madrugada del pasado domingo al lunes, sobre la una y media de la noche, atracaba un barco de Salvamento Marítimo repleto de inmigrantes subsaharianos. Diez horas más tarde, en el mismo muelle, un gigantesco ferry con su tripa al descubierto tragaba turistas y vehículos para llevarlos al resto de Islas Canarias. Los primeros, indocumentados según el término policial, llegan extenuados, desorientados y deshidratados. No se sabe cuánto tiempo hace que se echaron a la mar ni exactamente de dónde vienen, aunque los pocos que hablan lo hacen en francés. La mayoría han perdido su calzado. La minoría trae una mochila como único equipaje. Los segundos, generalmente británicos y alemanes, son la versión antagónica de un mundo desigual. Cargan en el barco coches de alquiler, maletas, tablas de surf y sombrillas.El domingo por la noche Salvamento Marítimo rescató a 88 subsaharianos que viajaban a bordo de un cayuco en mal estado a 67 millas al sur de Tenerife. En el puerto de Los Cristianos todos se prepararon. En estos casos, hay tiempo suficiente pero no se pierde ni un minuto. En el muelle, Protección Civil y Cruz Roja montan dos tiendas de campaña y se preparan para un enésimo desembarco. Como en una obra de teatro mil veces ensayada, no hay un solo detalle que escape de su control. O casi ninguno: "No sabemos su estado de salud hasta que llegan", explica Ricardo, un voluntario.
Oswaldo Lemus es el coordinador del equipo de Cruz Roja que espera en Los Cristianos. A sus órdenes tiene un médico, un enfermero y un conductor. Además, casi una veintena de voluntarios, entre ellos una enfermera. En el suelo esperan decenas de bolsas de bienvenida. Dentro, un pantalón de chándal, una sudadera con capucha, sandalias y una manta. También hay galletas y té caliente. Desde el puerto se observa el paseo marítimo y una hilera de hoteles iluminados. De allí llega el eco de los otros extranjeros, que se divierten, pasean, bailan, juegan a las cartas y hacen planes. "Where will we go tomorrow?" (¿Dónde iremos mañana?), se preguntan.
El ruido martilleante del motor del Conde de Godomar, un buque de color rojo de Salvamento Marítimo, anuncia la llegada a Europa de 88 personas. Quizá algunos ya conozcan Canarias. "Nos hemos encontrado casos de inmigrantes que son expulsados y vuelven a intentarlo", cuenta Luis Carrión, comisario jefe del Cuerpo Nacional de Policía. Puede que otros sean menores de edad. Creen que hay dos. Finalmente son ocho.
Tras una lenta maniobra, el barco atraca en Los Cristianos. Un policía sube y evalúa el estado de los inmigrantes. El agente lleva mascarilla y guantes de plástico por razones sanitarias. Nadie toca directamente la piel oscura de estos hombres. Es un día tranquilo. Se atiende a dos personas por hipotermia, de la que se recuperan pronto, y a otras dos por contusiones en una cabeza y una rodilla.
"Suelen venir bastante bien, aunque últimamente hemos tenido la desgracia de que ha llegado algún fallecido", recuerda José Gerardo García, responsable de Protección Civil. "Faltan medios; ponemos mucha fuerza de voluntad y toda nuestra experiencia, pero echamos en falta mejores condiciones para estas personas", se queja García. "Falta sitio donde alojarlos, lugares donde ducharse según llegan y, a veces, medicamentos y comida", revela.
Uno a uno y con un orden y educación que muchos europeos quisieran, los subsaharianos descienden del Conde de Godomar. Un voluntario de la Cruz Roja les da una pequeña palmadita de ánimo en el pecho. Un subsahariano responde, también mediante signos. Junta las manos, sonríe y da las gracias. Protección Civil ayuda a los más débiles. Otros caminan descalzos por su propio pie. Muchos cojean, entumecidos por la larga y penosa travesía por el Atlántico.
Antes de entrar, una voluntaria, también de la Cruz Roja, sonríe y les entrega una bolsa por persona. En unos minutos, todos se deshacen de su ropa mojada y sucia. En su mirada se aprecia el cansancio, pero también la determinación por llegar a Europa. Mirarles frente a frente es darse cuenta de que frenar la oleada de inmigrantes es casi imposible. El blanco de sus ojos resalta precioso en la oscuridad de la noche. Una enfermera cuida de esa belleza y echa colirio en algunos ojos enrojecidos. Mientras algunos devoran galletas otro suplica: "¡De l'eau, de l'eau!" (¡Agua, agua!). En ese momento, un policía pregunta: "¿Senegal?". La mayoría responde afirmativamente. A las tres y media de la madrugada, dos autobuses esperan para trasladar a los inmigrantes a comisaría. La burocracia se pone en marcha. Un máximo de 72 horas en comisaría y no más de 40 días en un centro de internamiento. Después, la expulsión o el traslado a la Península.
Como los turistas británicos, estos 88 subsaharianos deben de preguntarse en el autobús: "On ira où demain?" (¿Dónde iremos mañana?).
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